D de Diapasón

Pensó que mejor sería no decirle que minutos antes estaba pensando en él. Se lo tomaría a broma o se lo tomaría mal, o tal vez no, pero prefirió no tentar a la suerte.

B. fue sorprendido botella en mano, a punto de echar un trago en ese día caluroso, y seguramente puso una considerable cara de panoli, quedándose con la botella sin beber y maldiciéndose por no haber pedido la cita en la peluquería el día antes, como tenía pensado. No es que eso hubiera hecho mucho, pero siempre era mejor estar presentable. Pero, total, para qué. No contaba con volver a ver a K., al menos de esa manera, y de puro sorprendido se mostró algo torpe, hacía tiempo que tenía ganas de charlar con él y se encontró diciendo unas estupideces que casi le hacían sonrojarse al recordarlo. La afinación no era lo suyo, desde luego.

Ahí estaba K., con esa camisa que ya había visto antes y que le sentaba tan bien como parecía, y esa divertida picardía de la que había hecho gala en el primer encuentro y que contrastaba con la imagen evidentemente errónea que tenía de él, y que procuró imitar sin mucho acierto, imprimiendo cierta indolencia al conjunto, todo con tal de que no se notara que estaba encantadísimo de verle de nuevo. Cuando K. se marchó pocos minutos después, volvió a maldecirse. Le habría dado la impresión de que estaba flirteando. ¿Lo estaba? Sí, seguramente, habría sido una imbecilidad no reconocer que le gustaba (¿a quién no podría gustarle?), tan imbécil como pensar que a alguien como K. le pudiera interesar alguien como él. Y B. se consideraba desafinado, pero no un imbécil, por poca estima que se tuviera a veces.


Momentos antes de su llegada estaba pensando que podría escribirle para proponerle un café o un cine. Le caía muy bien y quería conocerlo un poco más. Momentos después de su marcha, pensó que no lo haría. En el mail pensaba decirle que su interés era simplemente amistoso, que no se preocupara, no iba con intención de ligar con él, dejarlo claro y cristalino para no dar pie a malentendidos ni nada que resultara incómodo. Ahora se imagina que nadie con un poco de ojo podría creerse eso, por más que fuera verdad. O no.

Cogió la botella, bebió, y deseó que la tierra se lo tragara. Lamentablemente, eso no ocurrió.

Pero algún día.