Pasad. Pasad y ponéos cómodos. He dejado gominolas por si os apetece algo dulce, pero cuidado con los empachos. Ahora que estáis aquí, quería daros las gracias. Gracias por visitarme, por dejar vuestras palabras siempre bien recibidas, vuestras risas, tristezas, acuerdos, desacuerdos, propuestas, respuestas y contrapuestas. Y por permitirme entrar en vuestras casas a dejar mis opiniones, mis risas, tristezas, etc. Por ayudar a que este humilde narrador, que nunca tuvo muy claro qué decir, encontrara un camino, tal vez errático y bamboleante, pero camino propio (y quiero pensar que bastante personal) en una blogosfera tan llena de buenas páginas llenas de buenas firmas llenas de buenas palabras ( vale, y algunas no tan buenas). Todos los que estáis, todos los que alguna vez estuvieron y se esfumaron, desaparecidos o renunciados, todos sois imprescindibles y a todos, de nuevo os agradezco que empleéis un ratito para leer lo que se cuenta por aquí. Las inventuras de este desastronauta que se sigue sorprendiendo cuando ve aparecer nuevas caras con nuevas voces que se pasean con curiosidad, tal vez agrado por entre su bosque, se tumban en el lecho de mullidas palabras, se sientan un rato a la sombra de un micro o se asoman al templete a escuchar música (a algunos, osados discodancers ellos, se les ha visto incluso bailar!!).
Así, casi sin darme cuenta, he llegado al post número 300, y en esas estamos, celebrándolo. Así que de nuevo os agradezco todo y más, y me despido con un texto antiguo, publicado el Octubre pasado, que hasta la fecha creo que es lo que más me gusta de todo lo que se ha escrito por esta casa. Un sonoro beso a todos los presentes y ausentes. Aunque en el próximo post continuaremos celebrando. Hasta entonces.
Lake (17 de Octubre de 2009)
Hace mucho que no jugamos a las nubes. ¿Recuerdas? Nos tumbábamos dejando pasar el tiempo y la brisa por nuestras pieles, y mirábamos las nubes. Aquella era Africa, aquella un pájaro, una se parecía al perro que tuviste de pequeño y otra al moño de mi tía la Fúnebre. Tu risa era insoportablemente contagiosa cuando me fingía contrariado por no tener tanta imaginación, y me pellizcabas encontrando cosquillas que ni sabía que existían, hasta que te suplicaba piedad. Y con divertida solemnidad me perdonabas, porque no podías permitir que mis ojos brillaran menos que el cielo.Te contaba historias que iba acumulando los días en que no nos veíamos, como piedras preciosas guardadas en un bolsillo secreto. Tú las escuchabas atento y con mirada de asombro, y siempre pedías más. Y luego, el baño. Me quedaba rezagado desvistiéndome para poder contemplar cómo caminabas hasta sumergirte, con paso firme y un ligero contoneo varonil, producto de la chulería del que se sabe observado, aunque el agua estuviera helada y por dentro se te llevaran los demonios. Luego mi turno, despacio, con la indolencia lasciva del que igualmente se sabe observado. Y dejábamos que el agua fuera cómplice de nuestros juegos más adultos. De tus juegos más adúlteros.
Hoy he vuelto al lago, como sigo haciendo cada sábado aunque ya no estés. Probablemente nunca sabré si descubrieron tu engaño, o si encontraste algo que te interesó más. No te preocupes por mí, llevo mi vida tan bien o tan mal como antes de que aparecieras en ella, pero debo admitir que cuando me tumbo a dejar pasar el tiempo y la brisa por mi piel, me gustaría que me dijeras a qué se parece esa nube que estoy viendo.