Y con esto, oh queridos y plumaborrecientes lectores, se termina la serie de entradas dedicadas a "Black Swan", esa película que tanto revuelo ha causado y que ya he dicho que, aunque la disfruté bastante, no me ha parecido para tanto. Pero tenía dentro varias cosas que se merecían un hueco en este desprestigioso blog. Una debilidad de siempre (Barbara Hershey), una debilidad reciente (Natalie Portman), y dos debilidades más recientes aún (el director Darren Aronofsky y el músico Clint Mansell). Y vuestro humilde narrador siempre acaba sucumbiendo a las debilidades, pobre de mí. Si yo os contara. Pero no vamos a desviarnos del asunto, no.
Resulta que queda una cosa más por destacar de esta película. En Black Swan hay algo profundo y trascendental, definitivo y cautivador. Y desgraciadamente, fugaz e inasible. Algo que se clava en la pupila, sacude las entrañas y despierta la tormenta. Decía mi primo Adrianos que la soberbia interpretación de la Portman no habría sido redonda sin el apoyo y contrapunto de las otras tres actrices. Cierto. Pero hay algo más que contribuye a su perfección, y es, sin duda alguna.... ¡¡¡ESTE PEDAZO DE MAROMO!!!
(are you talking to me?)
Si, queridos y piruetísticos lectores. Este ejemplar de homo marominis es la verdadera razón por la que merece la pena Black Swan. Ni Hershey, ni Mansell, ni Portman ni leches. Benjamin Millepied, que mira qué apellido más apropiado tiene, es el coreógrafo y bailarín principal de todo esto, así que lo tenemos de acá para allá en mallas y demás outfits balleteros a lo largo de la película. Y si ayer decía que el director es muy listo y convierte los efectos de montaje y sonido en un personaje más, esta vez añade a los desasosegantes crujidos de la madera, de los huesos y de la tela un calenturiento efecto visual, humano y lozano y nos lo estampa en la cara cuando le da la gana. Sin paños calientes. Qué malvado.
(Algo malo debe tener. Seguro que es de los que no bajan la tapa del retrete.)
Millepied es primer bailarín del New York City Ballet desde 2002, y además tiene su propia compañía, Danses Concertantes (buen nombre, pardiez!). En principio solo se iba a encargar de montar la coreografía para la película, pero acabó como pareja en pantalla de Natalie Portman... y en la vida real también. Qué bonito es el amor.
(...y qué mala es la envidia)
Hay un momento trascendental en la cinta, que contaré a grandes rasgos para no fastidiar a aquellos que aún no la habéis visto. Pero estad pendientes, sin ese momento la película no tendría sentido. Digamos que hay una escena de baile con un contratiempo. Vincent Cassel (que es el que hace de director de la obra y que se merecería otra entrada... tranquilos, no la habrá) les echa la bronca, Natalie se retira cariacontecida y Benjamin se va por el lado contrario muy ofuscado. Y al darse la vuelta, durante una milésima de segundo aparece ante nosotros el ejemplar más perfecto de culo que uno se pueda imaginar, enfundado en unas mallas creo que verdes (si, estaba yo como para fijarme en el color). Una cosa sobrenatural. Una experiencia mística. El rey de los culos. Como aquello que tan bien contó nuestro querido y visionario Z en su post "El culo perfecto". Hay un antes y un después de ese culo. Luego pasan cosas importantes en la peli, pero ya nada importa. Hemos asistido a un momento glorioso. Y la maldita mi querida Natalie asiste a momentos como ese cuando le da la gana, la tía. No sabe ná.
(...)
Y yo iba a acabar hablando de los Oscars que se entregan el domingo, y tal. Pero se me ha ido el santo al culo, digo al cielo. No sé en qué estaría yo pensando. Así que mejor os dejo con algo que no tiene nada que ver con esto. Viendo el programa "días de cine", han puesto un fragmento de una olvidada comedia de Whoopi Goldberg y Ted Danson, "Made in America", y me he acordado de una canción del gran Sergio Mendes que aparecía en la banda sonora y que es como muy de levantarse de la cama para empezar el viernes alegre pensando que el fin de semana ya está aquí, y encima con un puente para los que somos del sur (tenía que decirlo). Y ya veremos si lo pasamos de miedo... o de culo.
...y una foto más, ea.