Ahí estás, como cada lunes desde hace meses. Siempre en el mismo lugar, al fondo del vagón, de pie aunque queden sitios libres. Probablemente ya llevabas tiempo cogiendo este tren, como los 8 o 9 otros pasajeros con los que siempre coincido (me hace mucha gracia el bolso de esta señora, seguro que lleva a toda su familia dentro) y siempre se colocan en los mismos sitios, pero gracias a un ataque de tos me llamaste la atención un día (seguro que sabes que no eres un bellezón pero tienes un encanto muy especial, de esos que van creciendo según se te observa. Vale, y un culo muy notable, todo hay que decirlo), y ya no he dejado de estar pendiente, el escaso cuarto de hora de recorrido que compartimos. Mi timidez impide que te mantenga fija la mirada, a veces nuestros ojos han coincidido y enseguida he mirado hacia otro lado, maldiciéndome por no ser descarado y aprovechar la oportunidad. Pero también es divertido. Unos días pienso que es un juego de dos, que tú también eres vergonzoso y sólo me miras cuando estoy distraido o leyendo el periódico, como hago yo contigo. Otros, trato de ser realista y asumir que ese intercambio de miradas es pura casualidad, o una manera inconcreta de saludar a alguien que ves a menudo pero no conoces formalmente. No ayuda que te bajes un par de paradas antes, si nuestra parada fuera la misma podría ingeniármelas para subir junto a tí las escaleras, tropezar o preguntarte algo que diera pie a una conversación. Pero el rato que pasamos compartiendo espacio es tan breve que no da para mucho. Y sinceramente, creo que no te intereso. Pero cada vez estoy más decidido a hablarte, hacer un comentario del tiempo o preguntarte cuál es ese libro que siempre llevas, forrado con papel de embalaje y que tanta curiosidad me provoca. Te prometo que me aguantaré las ganas de abalanzarme y practicar el salto del tigre, el golpe del mono borracho y la mordedura de la cobra. Vaya, esta vez has echado una buena mirada antes de bajarte, y con sonrisa y todo... Me has pillado tan de sorpresa que te la he mantenido por primera vez. Decidido. De la semana próxima no pasa. Voy a conocerte pase lo que pase. No es que me haya ido demasiado bien por aquí, pero lo cierto es que me da pena tener que irme ahora que empezaba a acostumbrarme y conocer gente. Pero tal como están los trabajos ahora, no me puedo permitir rechazar esta oportunidad. Qué pereza, una mudanza. Con lo sentimental que soy, voy a echar de menos hasta esta gente que veo cada día en el tren. La señora del bolso verde que no viene todos los días, la pareja de góticos, el señor sudoroso. Incluso al tipo aquel que se pone al fondo los lunes, con su periódico. Tiene cara de buena gente, más de una vez he pensado saludarlo y entablar conversación, pero este trayecto tan corto no da para mucho. Además, se le ve tan enfrascado en sus noticias, seguro que no quiere que le molesten. Ups, que no se me olvide comprar limones. Aunque aún no me he decidido entre las dos recetas. ¿Llegaré algún día a completar las 1.080? Bueno, llegó mi parada. Echaré un vistazo por última vez. Vaya, don periódico es el único que me ha devuelto la mirada. ¿Y si se ha molestado? Da igual, ya no nos volveremos a ver... Ay, qué susto, pensé que me había dejado la cartera en el hotel. Siempre me pasa igual con este bolso, es tan grande que no encuentro las cosas. Es un poco incómodo, pero ella me lo regaló con tanta ilusión. Ahora que por fín hemos conseguido tener una relación civilizada, a veces me dan ganas de contarle mi aventura, y que me deje de ver como a la madre pesada y antigua. Odio cuando me trata con esa condescendencia tan suya. También es verdad que estoy de lo más susceptible, a pesar del tiempo que llevo con esto, incluso pienso que estos compañeros de vagón deben darse cuenta de mi letra escarlata....pero qué tonterías digo, si aquí cada uno va a sus asuntos. Ahí está la parejita esa tan rara. Góticos, me dijo mi hija que les llamaban. Qué sacrilegio. Y ese hombre que suda tanto, es un manojo de nervios andante. Y el del periódico, que sólo viene los lunes. Ese es el que más me divierte. Pobre, tratando de hacer como que lee cuando en realidad se ve a la legua que no puede dejar de mirar al chico del libro. Como siga sin atreverse a hablarle un día se lo voy a decir, que se lance, y si el otro no quiere, al menos le servirá para salir de dudas. La verdad es que no tiene mucho aspecto de interesarle los hombres, pero una ha visto ya tanto...vamos, que hace un año alguien me dice que iba a estar teniendo una aventura con un treintañero y me rio en su cara, o se la abofeteo. Y aquí estoy. Sintiéndome viva por primera vez en mucho tiempo. Creo que mejor no se lo cuento a mi hija. Ay, las llaves, ¿dónde las he metido? Maldito bolso...