Daba vueltas a la cucharilla haciendo sonar la taza con un tintineo hipnótico, la mirada fija en algún punto inconcreto, y un gesto bobo que no le había desaparecido en dos días y que ya amenazaba convertirse en rigor sonrisis. No había maldecido al despertador ni había tenido que hacer la cesárea a su edredón como era habitual en él, salió de la cama en un parto rápido y sintiéndose lleno de energía. Recordaba haber leido alguna vez sobre esa cosa llamada felicidad, algo tan ajeno simplemente tres días atrás, un imposible que ahora se le antojaba como propio. Como sucediera el día anterior, al llegar puntual y sonriente a la oficina antes conocida como Alcatraz, todos le comentaron su aspecto radiante, y se comentaron maliciosamente qué habría sucedido en su entrepierna para que el eterno gruñón, el temible juez, el mártir ojeroso tuviera ese buen aspecto de persona. Feliz. El, mientras, resolvía con desconocida diligencia sus tareas, y los ecos de aquel encuentro, que resonaban en su memoria como una sinfonía de fragancias y suspiros, mantenían fijas las comisuras de sus labios como si proyectaran toda la bondad del universo.
Pegó tal manotazo al despertador que a punto estuvo de romperlo. Cinco minutos más, diez minutos más, qué frío tiene que hacer fuera, no quiero salir de aquí. Por segundo día consecutivo se le pegaron las sábanas y aterrizó en el trabajo como un alma en pena, con el estómago rugiendo por no haber desayunado y una cara que invitaba a la depresión. Todos se extrañaban de su falta de energía, acostumbrados a verle como un líder nato, resuelto, decidido y alegre, que nunca tenía un mal gesto o una descortesía. Será gripe, decían unos, tanto deporte ya sabíamos que no era bueno, decían otros, seguro que le ha dejado la novia, ah, pero no sabes que él no...vaya, ya decía yo que era demasiado guapo para ser...bueno, aunque nunca se sabe, hoy en día todos se arreglan mucho... El, mientras, atravesaba la jornada con una desgana dolorosa, y los ecos de aquel encuentro, que martilleaban en su cerebro como una tormenta de olores y gemidos, mantenían encorvada su espalda como si soportara todo el peso del universo.
Sé que no debería experimentar con estas cosas. Lo sé. Pero es tan interesante. Es muy sencillo seducir a un apesadumbrado, tanto como hacerse el seducido con un bello ejemplar de triunfador. Juntar ambas piezas en una noche es un logro poco frecuente. Despojarlos de sus ropas y etiquetas, colgar sus almas en el ropero y traerlos a mi cama en una pura fiesta carnal, armonizando ritmos y deseos, gozando de una pasión primigenia, sin nombres ni preguntas. Y finalmente, mientras yacen exhaustos, ir a la cocina a prepararles el café de despedida, y de paso cambiar silenciosamente las perchas del ropero. Sé que no debería. Pero es tan interesante. Y yo tan travieso.