- ...y a mí me gusta con un poco de hierbabuena, que es lo que le da el toque especial. Aquí la comida que ponen está tan sosa...
- Mujer, es normal, recuerda que tenemos una dieta sin sal.
- No, no me refiero a eso. Es sosa, insípida, ponen buena cantidad y tiene aspecto sabroso, pero cuando la pruebas, apenas sabe a nada. Tengo que estar poniéndole limón a todo para que coja un poco de gusto. Hasta el aceite que usan es del suave. A veces creo que es de girasol.
- No, no debe, tienen que regirse por la dieta mediterránea, pero el aceite de oliva virgen tal vez les parezca demasiado fuerte para los enfermos, que algunos son muy delicados. Cuando pienso que en Francia, con la fama que tienen, usan para casi todo mantequilla, eso sí que es un sacrilegio.
- Ay, es que a mí la nuvelcuisín esa es que no me atrae nada, donde se pongan nuestros potajes y nues...
¿Qué hora sería? Llevaba un rato dormido en el incomodísimo sillón de acompañante de la habitación, le había costado tanto coger el sueño que ahora que se había despertado no quería abrir los ojos para prolongar lo más posible el descanso. Y no paraban de hablar. Señal de que su madre estaba mejor, eso era bueno. Y a la mejoría acompañaba inevitablemente la locuacidad desatada. También parecía que la compañera de habitación se encontraba mejor. Vaya dos. No, no abriría los ojos, igual lograba transformar sus voces en un murmullo que le sumergiera un rato más en el sueño. Pero no callaban ni bajaban el tono. Le pareció extraño, su madre por muy parlanchina que fuera, también era prudente. Debía ser que estaba tan enfrascada en su conversación...
- ...tras ensaladas con un buen aceite. ¿Hay algo más rico que un tomate con ajo picado, sal gorda, perejil y un generoso chorro de aceite? Desde luego estos franceses no saben lo que se pierden. Tuvimos en casa una estudiante de intercambio que casi se desmaya un día cuando le dije que eso tan bueno que estaba tomando era sangre encebollada. Finolis. Habrase visto..
- Diga usted que sí, seguro que no han probado nunca los sesos, las criadillas, los callos...¿Qué tienen ellos, el suflé? Vaya porquería.
Un momento. A su madre le encantaba el suflé, de hecho lo preparaba de maravilla. Eso sí le pareció muy raro. Abrió los ojos y la vió mirándole fijamente desde su cama con los ojos muy abiertos, mientras seguía hablando con la vecina de asuntos culinarios. En esos ojos había alarma. La puerta de la habitación estaba abierta de par en par, algo que no era habitual, y el constante ajetreo de los pasillos ahora era un silencio inquietante, tan solo roto por las voces de las dos mujeres.
- Ay, y cada vez que pienso que ya no voy a poder tomar callos, judías con chorizo, fabada, que voy a tener que estar midiendo todo lo que como, sin sal, sin grasas, y mira que me gusta la verdura, pero donde se ponga una buena morcilla. Y se acabaron las tardes de domingo con los pasteles y la copita de anís, qué lástima....
- Así estoy yo también, hija mía, a ver qué nos inventamos para hacer los menús más llevaderos....
Le seguía mirando con la misma cara de alarma, bajando la vista de vez en cuando, como tratando de advertirle algo. Llevó la mirada, sin apenas moverse, a donde ella le indicaba, y allí, bajo la cama, agazapada, temblorosa, estaba la enfermera de mirada triste. Sobresaltado, quiso ponerse de pie, y en ese momento entró un hombre de aspecto poco amigable pero modales educados.
- Saben, señoras, mi madre, que en paz descanse, era la mejor cocinera del mundo. Preparaba cualquier plato con gran cariño y sabiduría, su cocina era un templo...
Paseaba de un lado a otro de la habitación, despacio, asomando la cabeza por la puerta del baño sin dejar de hablar. Por la cazadora entreabierta se intuía amenazante la empuñadura de un arma.
-...los asados eran su especialidad, con todas sus especias y las hierbas aromáticas y todo eso. Desde que nos dejó, nunca he vuelto a comer nada como lo que hacía. Mi mujer resultó ser una inútil en la cocina. Menos mal que en otros terrenos era una maestra -guiñó con complicidad en dirección al asustado hijo- Recuerdo una Navidad que preparó una pierna de cordero...¿Le gusta a usted el cordero, joven?
El tragó saliva, procurando disimular su pánico.
- Si, claro, el cordero es una carne realmente sabrosa.
- Ella es su madre, supongo. Una hermosa dama - Cogió la mano de su madre y la besó. El sudor frío caía en cascada por su espalda. - Seguro que es una gran cocinera. ¿Me equivoco?
- No, señor, no se equivoca - Los pies del hombre estaban a escasos centímetros de la enfermera, que se tapaba la boca con ambas manos.
De pronto entró otro hombre de aspecto no menos temible.
- Jefe, no está aquí, me acaban de avisar que la han visto salir por la puerta del laboratorio.
- Está bien, no perdamos tiempo, no hay que dejar que esa zorra se nos escape. Ha sido un placer, señoras. Y usted, joven, cuide de su madre o lo lamentará.